Arco de Tito
Primitivos souvenirs.
El turismo cultural como hoy lo conocemos eclosionó en el siglo XVIII, cuando aristócratas veinteañeros —supervisados normalmente por un tutor— y ricos coleccionistas ingleses, se lanzaron con sus elegantes sartorial y sus baúles de piel a recorrer los caminos de una Europa pacificada tras la Paz de Utrech.
El Grand Tour, lo llamaron. La razón y verdad de aquel Erasmus dieciochista (que podía durar más de dos años) era Italia, donde uno debía genuflexionarse ante la ciudad entre las ciudades: Roma. Aquí, estos ilustrados obviaron lo barroco, hincando sus ojos solamente en la Antigüedad clásica y el Renacimiento, los dos pechos alimentadores del vigente Neoclasicismo.
Y como no hay viaje sin recuerdo material que certifique el allí estuve, antes de regresar a casa se buscaban casi patológicamente recuerdos dell’antico, lo que desarrolló un potente comercio de antigüedades acompañado de sus necesarias falsificaciones. Entre dibujos, planos, libros, cerámicas o esculturas, los grabados romanos de Piranesi se convirtieron en el souvenir más codiciado; como auténticos «cerdos truferos» los gentlemen colapsaban el taller del veneciano en busca de su plancha más evocadora. El grabador supo bien explotar tal fetichismo hacia su obra, convirtiéndose además de en leyenda (produjo más de dos mil grabados), en exitoso empresario.
Y no era para menos. A modo de escenografías teatrales, Giovanni mostraba en sus vedute opulentas y apoteósicas ruinas de ensueño clásico en su cochambre; exquisitas vistas proto románticas —no necesariamente fieles a la realidad— maltratadas por el hombre, el tiempo y la vegetación. Le gustaba utilizar dramáticos claroscuros y fuertes diagonales arquitectónicas, e integraba en ellas personajes cotidianos que aportaban ese justo toque costumbrista de la cotidianidad de los días romanos.
Obsérvese el relieve interior del arco. Jubilosos, los soldados romanos exhiben el souvenir de guerra contra Judea que es la Menorah; así de ufanos debían desembarcar en Inglaterra estos turistas con epidermis destrozadas por el Mediterráneo, alzando sus Piranesi a modo de triunfo coleccionista.