Fiel hasta la muerte
Futuras cenizas.
En el año 79 d. C. el Monte Vesubio entró en erupción, arrasando la ciudad de Pompeya y una parte de Herculano. Los habitantes quedaron sepultados bajo la ceniza, y muchos años después, a partir del siglo XIX, se realizaron las primeras excavaciones, en las que los arqueólogos primitivos se quedaron pasmados al descubrir cómo Pompeya se había conservado por debajo de esa ceniza, haciendo función de capa protectora. Encontraron testimonios muy valiosos: objetos de los romanos, restos de casas, tabernas, tiendas, pinturas murales… Pero uno de los factores más sorprendentes fue encontrar huecos en la ceniza que habrían correspondido a los habitantes, que debieron morir de forma instantánea por las elevadas temperaturas que alcanzó la ciudad.
Giuseppe Fiorelli, arqueólogo italiano, tuvo la idea de rellenar con yeso y agua aquellos vacíos que correspondían a humanos como un testimonio de lo que aconteció en aquel lugar por la erupción de uno de los volcanes más peligrosos del mundo.
Gracias a Fiorelli, hoy en día podemos contemplar los últimos momentos de aquellos habitantes de Pompeya, en un museo que pone los pelos de punta. Amantes dándose un último abrazo, niños, un perro… Entre todas estas víctimas se encontró también a un hombre que debió ser un soldado, de pie, aún con su armadura.
Este personaje fue el que inspiró a Poynter para pintar el cuadro. Un soldado permanece en su puesto de guardia. Fijaos en su mirada, la expresividad de esos ojos en los que se reflejan las llamas, que a su vez se proyectan en la armadura. A su espalda, tras ese pequeño túnel del callejón en el que permanece apostado, se aprecian algunas víctimas ya en el suelo y otros que tratan de protegerse y salvarse inútilmente de esa lluvia de lava.
Su ciudad perece y se desmorona, pero el soldado permanece en su lugar, aunque no haya nada que él pueda hacer ante esta situación.
Para algunos su lealtad, valentía y sentido del deber es admirable, para otros su actitud puede ser estúpida, por no tratar de huir. Pero tal vez Pompeya era su amado hogar, y no veía el sentido en abandonarlo, y menos aún en esas circunstancias.
De cualquier modo, Poynter nos emociona con esta obra, la técnica lumínica es impecable, y el rostro de ese soldado aterrorizado ante su destino pero aún así firme es verdaderamente conmovedor.