Asesinato
Acuarelazos violentos.
En torno a 1922, el interesantísimo artista de expresionismo alemán, Otto Dix, se puso a pintar obras de lo más sórdido: mujeres asesinadas en crímenes de clara naturaleza sexual. Dix mostraba las escenas de los crímenes con pelos y señales, sin escatimar en violencia y gore.
Muchos ven estas obras una extraña muestra de misoginia, aunque no queda del todo claro los motivos por los que Dix realizó estos macabros asesinatos.
Quizás era una forma de expresar la profunda descomposición social y moral que se vivía en esa alemania pre-nazi, donde se veía claramente cómo se tambaleaba la civilización moderna, y el progreso, la industrialización, el bienestar social y el refinamiento de la cultura empezaba a agrietarse.
En el ambiente cotidiano de la República de Weimar se respiraba miedo e incertidumbre: escasez de comida y trabajo, crispación política y una moralidad muy dilatada. Abundaban en las oscuras calles de Berlín prostitutas, criminales y asesinos, tal como se ve en películas de la época como M, el vampiro de Düsseldorf (1931) obra maestra de Fritz Lang.
Rara vez pasaban tres semanas sin que se descubriera algún crimen espantoso. Ocurrían asesinatos sexuales en serie, como los cometidos por Wilhem Grossman, El Barba Azul del ferrocarril de Silesia, quién acostumbraba comerse a las mujeres que mataba. O el homosexual Fritz Haarman, quien liquidó a sus numerosos amantes ocasionales cortándoles la yugular con los dientes antes de preparar y vender su carne a carniceros desprevenidos. O Meter Kurten, que prefería beberse la sangre de niños y mujeres cuando sus cadáveres aún estaban calientitos. O Kart Denker, que coleccionaba recuerdos de sus víctimas, dientes, huesos o piel con la que confeccionaba objetos. [1]
Dix opta por mostrar el crimen como una obra de arte, una estética de la violencia, por así decirlo. Veterano de la I Guerra, vio todo tipo de atrocidades y decidió mostrarlas en su arte, tal vez como terapia, tal vez como crónica de una sociedad putrefacta donde los estragos morales fomentaban un despertar de los instintos criminales que había dejado la guerra.
Aquí se representa el cuerpo semidesnudo de una mujer asesinada (y probablemente violada). Hay sangre por todas partes, un caos y un desorden que Dix amplifica con acuarelazos violentos sobre el papel.
No queda claro si Dix denuncia o se recrea con este tipo de imágenes. Y precisamente esa ambigüedad ilustra perfectamente una época que preludió los acontecimientos más terroríficos de la historia moderna.