Retrato del duque de Wellington
Historia de un robo.
Esta pintura es una de esas obras de arte que interesan más por su historia y recorrido que por su calidad técnica.
A este último respecto poco puede decirse, más allá de que es otro de los magníficos ejemplos del talento retratístico de Goya. El efigiado, Arthur Wellesley (1769–1852), I duque de Wellington, participó en la Guerra de Independencia española (1808–1814), derrotando y expulsando de la península ibérica a las tropas napoleónicas. Durante su estancia en España posó para el maestro de Fuendetodos, que lo representó de busto, con el pecho inundado de condecoraciones militares (varias de ellas españolas, concedidas por sus méritos contra los franceses).
En agosto de 1961 el retrato desapareció de la National Gallery, donde no llevaba ni veinte días expuesto. ¿El responsable? Kempton Bunton, un conductor de autobuses jubilado (había entrado en el museo a través de una ventana del baño de caballeros) que pretendía iniciar una campaña para visibilizar la precaria situación económica de los pensionistas británicos. Aunque escribió cartas a distintas agencias de información con sus exigencias a cambio de devolver el cuadro, nadie le prestó la menor atención.
El asunto se resolvió pocos años más tarde, en 1965, cuando Bunton devolvió la obra y se entregó a la policía. Fue condenado a tres meses de prisión, aunque no por el robo de la obra, sino del marco. Su equipo legal consiguió convencer al jurado de que, por sus intenciones puramente altruistas (llegó a pedir 140 000 libras para fundar una asociación caritativa para ancianos), el ladrón merecía cierta misericordia.
Este retrato no es, ni de lejos, la mejor de las obras de Goya, pero desde luego su historia nos es tremendamente útil para hablar de cómo el arte no debería usarse como objeto de protesta social (sí como medio). Algo que, aparentemente, cuesta entender a día de hoy.