Dos mujeres y un hombre
¿De qué se ríen estas mujeres?
Si nos detenemos frente a esta imagen, podemos ver cómo los tercios superior e inferior de la obra, con una textura de arenosa oscuridad, envuelven a los personajes situados en el centro de la composición. Estas dos partes generan la atmósfera inquietante presente en el cuadro, que fluctúa de lo jocoso a lo siniestro en la clandestinidad de un instante prohibido.
Las vestimentas blancas y los tres rostros dominan el núcleo del conjunto, al cual alude el título de la obra: Dos mujeres y un hombre. Las dos mujeres conducen nuestra mirada en dirección al punto que capta su atención –miradas que contienen el sentido de las posibles interpretaciones que Goya decidiese representar sobre la pared de su casa. La figura del medio nos llama primeramente la atención; su rostro, con un aire que oscila de lo jovial a la malicia, muestra una mirada atenta y perspicaz secundada por la boca: concreción extrema del vértigo excitante del peligro.
Orientada de perfil, la mujer del lateral permanece absorta en el punto donde la mano del hombre se pierde en la oscuridad de una manta, con actitud de completa sublimación y un atisbo de deseo. La cara de este último es una muestra descarnada de la exteriorización de los más íntimos placeres que deja entrever en sus rasgos la obscenidad como condición inherente al género humano.
Los pigmentos negros que se esparcen por toda la superficie conforman la presencia de un suceso inquietante. En él, las dos jóvenes revelan, mediante su gesticulación, el cúmulo de sensaciones que experimentan ante una escena de cuestionable moralidad: la masturbación masculina.