La loca
Ni el psiquiatra más loco lo explicaría mejor...
La sociedad alemana de posguerra tenía en Otto Dix a uno de sus cronistas más cáusticos. Había participado en la I Guerra como un joven entusiasmado por vivir, quizás excesivamente influenciado por los escritos de Friedrich Nietzsche. Herido varias veces vio en esos cuatro años lo que era la humanidad en su versión más cruda.
Al acabar la carnicería se fue a Dresde a ejercer -como no- de expresionista. Como veterano que era, además de medallas (que le serían arrebatadas por los nazis) cargaba con su síndrome de estrés postraumático a cuestas y para él nunca acabó la guerra. Siguió alerta, centrandose en la decadencia de la posguerra, representando a personas que se habían beneficiado de la guerra, y también a sus víctimas: prostitutas, veteranos lisiados, adictos, gente en shock, enfermos mentales…
Sus pinturas son violentas, irreales, crudas, pero sorprendentemente realistas. Cargando en lo emocional, Dix representa lo invisible, como la locura de esta mujer de sonrisa desencajada y mirada estrábica. Una dama de piel blanca que delata su enfermedad. Una señora quizás de alta sociedad que se desviste ante el calor del infierno que tiene detrás.
Los fantasma y demonios la atormentan en esta estampa goyesca, como en una de sus pinturas negras. Como Goya, Dix documenta el horror de una manera descarnada, pero tiene la necesidad de disfrazar este horror de grotesco, pues de otra manera nos volveríamos como esta loca del cuadro.
Por los síntomas, un psiquiatra podría decirnos que esta paciente tiene quizás esquizofrenia paranoide, trastorno límite de la personalidad o muy probablemente un trastorno de estrés postraumático derivado de vivir en esa Alemania, quizás el país más loco del mundo, tan ordenado y eficaz, tan capaz de lo impensable.