Autorretrato con esposa y modelos
Vendiendo gabardinas.
Casi noventa temporadas hace que Vogue Hommes contactó con Newton para proponerle una editorial de gabardinas, yo no trabajo con hombres, pero aceptaré el trabajo si me das carta blanca [1] le dijo al editor. Al genero masculino siempre lo consideró utilitario en su obra, y como tal, no se necesitó más que a él mismo para colocarse las prendas a vender. La imagen acaba siendo documental, mostrándonos los dos pilares de su carrera: el desnudo femenino y June —también fotógrafa y la opinión más influyente—.
Dejemos para el futuro las diatribas feministas hacia su obra y la bonita anécdota en una televisión europea cuando Susan Sontag lo llamó en un perfecto francés misogyne [2]. Centrémonos únicamente en el surgimiento de su fetiche máximo: la rubia luminosa, alta, atlética, de rasgos eslavos; esa mujer aria y segura que se entrega (hipersexualizada o no) al hombre para su placer.
La querencia le viene al adulto de su juventud. A raíz de la implantación del totalitarismo en Alemania, el joven Helmut fue alimentándose con gula de la inevitable iconografía de Estado, cayendo enamorado de las formas de una raza superior promulgadas por aquel que deseaba verlo con un pijama de rayas y gaseado.
Antes de huir del país tras Kristallnatch pudo conocer el documental Olympia de Leni Riefenstahl, a quien retratará ya anciana, Hizo un trabajo grandioso para el gobierno nazi. […] Era brillante, [3] apunta con admiración hacia la cineasta del régimen. Este material absolutamente ideologizado fue cumbre para acabar por asentar su culto hacia aquellos cuerpos bellos y perfectos vaciados de lo político ante sus ojos adolescentes. ¿Cómo escribir esto y no pensar en Barbara Kruger?
Anécdota: Jane no supo hasta que ojeó la revista que la rata que amaba la había incluido en el encuadre de la fotografía.
El amor tiene formas que la esvástica no entiende.