Autorretrato vacilando entre las artes de la música y la pintura
La decisión de Angelica.
De forma espectacular, la pintora nos cuenta una anécdota de su infancia: como al ser una niña tuvo que escoger entre ser pintora o ser música.
Kauffmann era una niña de increíble talento, prácticamente un prodigio, en ambas disciplinas. Poseía una voz hermosa y tocaba el clavicordio maravillosamente, pero a la vez su destreza para retratar hizo que tuviese encargos con apenas 12 años.
Como buena Ilustrada, Kauffmann poseía conocimientos en mitología clásica siendo esta una de sus temáticas favoritas, pese a que lo que más le pedían era retratos. Aquí consiguió combinar ambas destrezas.
En esta alegoría, la artista se dibuja a sí misma como muchacha (tenía 53 años en el momento en que realizó el cuadro) en el medio de dos figuras. A la izquierda está la Música ataviada con un vestido rojo y una partitura sobre su regazo. Al otro lado está la Pintura con el pincel y la paleta preparados, señalando al horizonte. Ambas están rogando a la joven que las escoja. La Música, sentada, la coge de la mano y la mira con ojos suplicantes, mientras que la pintura está preparada para la acción señalando al futuro. La mirada de la artista se dirige a la Música, mas su cuerpo va en dirección a la Pintura. Con su expresión, parece como que le está pidiendo disculpas a la Música por su elección.
Con esta obra, la artista logra tres objetivos: hablarnos de sí misma, mostrar su destreza para retratar y llevarnos a la época grecorromana. Esto último lo vemos en elementos tales como las columnas detrás de la Música o el templo hacia el que señala la Pintura.
Cabe aclarar que el hecho de que una mujer se forjase un nombre en cualquiera de las dos disciplinas en el siglo XVIII era tarea casi imposible, pero el talento de Angelica Kauffmann logró otorgarle fama tanto de pintora como de cantante.