Brisements
Peces rotos.
¡Vaya acuario! Un agua tan clara que es capaz de descromatizar los peces que plácidamente nadan en el interior del plano. Los dibujos de las figuras se desvanecen en simples recuerdos de un trazo derivado de la interacción de las mismas manchas acuosas de los pigmentos con la superficie del soporte.
La personal manera de trabajar del autor se refleja, muy a nuestro provecho, con una cita que él mismo cedió allá por el 1983 a propósito de la explicación de una obra recién terminada: […] El tema vino dado por la técnica [… ] Cosa que ocurre a menudo. Primero hago algo y luego pienso que parecen las escamas de un pescado. Entonces pinto un pescado
Con esta explicación vemos una pretensión distante a la habitual, el proceso artístico no es lineal y su sistematización brilla por la fresca irrupción de la casualidad técnica en el medio. Este factor «aleatorio», que tanto recuerda a las premisas pollockianas, encuentra en la propia naturaleza de la acuarela un medio idóneo para la representación de la fluidez acuática.
Las escamas negras translúcidas junto con los azules de las aletas se pierden en un universo de transparencia y movimiento ininterrumpido, donde las figuras de los peces existen a medias y al agua se representa no como marco o contexto sino dentro del trazado de sus propias figuras. Se podría decir que el mar son los peces y los peces son el mar.
El tema no es nada nuevo. El autor es deudor de sus orígenes insulares y en su idea de representar un entorno oceánico desnaturaliza la propia fauna marina para disponerla en un espacio abstracto y congelado en espacio y tiempo, en un escenario natural infinito lleno de simbolismo. Todo lo demás son Carassius auratus que juegan a mover sus colas en forma de velo y a preguntarse los unos a los otros si ya ha llegado la hora de comer.