Carlos I de Inglaterra, cazador
Una distancia pequeña pero insalvable.
Varios años de formación junto a Rubens, una posición consolidada como pintor independiente en su Amberes natal y más de dos décadas de trabajo prácticamente ininterrumpido por toda Europa. Con estas credenciales llegó a Inglaterra Anton Van Dick en 1632, invitado por petición del rey Carlos I Estuardo (1600–1649).
A Van Dick lo nombraron Principal Painter in Ordinary to their Majesties (o, en román paladino, pintor de cámara de los reyes), y como tal pasó los años que le restaban de vida. De entre todos los encargos que le hizo la Corona inglesa durante esta etapa, la presente pintura es probablemente la más popular: un retrato del rey Carlos en traje de caza. No hay coronas ni capas de armiño. El rey parece un particular, un noble cualquiera descasando a mitad de una larga jornada de cacería. Sin embargo, acaba por delatarle esa especie de «elegancia casual» que envuelve toda la escena.
Si bien el atuendo, la postura y el ambiente son absolutamente informales, Van Dick consigue mantener intacta la dignidad real. Acaba por establecer una distancia, pequeña pero insalvable, entre el retratado y quienes lo contemplan. El rey se yergue ante sus súbditos, procurando representarse como el mayor exponente de los ideales principescos de su tiempo. Hasta el caballo, con su blanca silueta recortada contra el fondo oscuro, parece inclinarse ante él.
Los orígenes de la obra están cubiertos por un velo de misterio. Se conoce muy poco de cuándo se encargó o las circunstancias en que se pintó. Sabemos, sin embargo, que debió salir pronto de Inglaterra, pues a mediados del siglo XVIII ya se tiene constancia de su presencia en Francia. Allí fue pasando de dueño en dueño hasta llegar a manos del Estado francés, que ahora expone el retrato entre otras grandes joyas del Museo del Louvre.