Compartimento C, coche 293
Un vagón vacío como un templo. Silencioso.
Un viaje en un antiguo tren, con el vagón para ti sola, con silencio, con el tiempo suficiente como para pensar en tus cosas, para leer, para reflexionar sobre qué te ha llevado hasta ahí.
Fuera, el paisaje se sucede como un sueño. Y dentro quizás también… Esta mujer no está en ningún lugar en concreto. Eso es lo que sucede durante un viaje. El movimiento continuo… Ella está en el vagón de un tren, pero antes bien pudo estar sola en la estación, en un restaurante, en la habitación de un hotel, echando gasolina en una estación de servicio perdida en medio de la nada… Siempre en lugares de tránsito, hogares efímeros para gente en movimiento perpetuo.
Hopper siempre pinta a este tipo de gente: solitaria, silenciosa, gente que parece que intenta escapar de algo. Siempre ensimismados, incapaces de poner orden en sus vidas. Siempre quietos como estatuas, pero paradójicamente siempre en movimiento, aunque parece que nunca jamás escaparán de esos lugares.
Hopper también viajó en su juventud. Se fue a París para conocer a los artistas que le gustaban, a Londres, Berlín y Bruselas, a España para ver de primera mano la pintura de Goya… Y en sus viajes por Europa adoptó la temática central de su producción pictórica: la soledad. Se debió sentir sólo en esos trenes, aviones y barcos que lo llevaban de un sitio a otro. Tan solo que tenía que pintarlo una y otra vez.
Cuando regresó definitivamente a los Estados Unidos, nunca más viajaría hasta su muerte. Ahí se dedicaría a pintar la esencia misma de la soledad: la vida cotidiana.