Concierto campestre
Paraíso de flautas.
Durante mucho tiempo, este cuadro se atribuía a Giorgione, lo cual tiene todo el sentido del mundo, puesto que no hay más que consultar el breve catálogo de dicho artista, que murió prematuramente, para comprobar lo extrañas que eran sus composiciones, con una iconografía compleja y no siempre identificable (fijaos en La Tempestad, por ejemplo).
Sin embargo, al datarse la obra en 1510, el mismo año del fallecimiento de Giorgione, se ha acabado considerando una pintura y colaboración entre él y Tiziano, diez años menor que este artista.
Los dos coincidieron en el taller de otro veneciano llamado Giovanni Bellini, por aquel momento uno de los artistas más reconocidos en Venecia. Como Bellini tenía muchísimo trabajo y encargos por doquier, montó un importante taller, en el que ingresaron aspirantes a artistas, entre ellos Giorgione, y algo después, Tiziano.
Pero Bellini no podía dedicar la atención suficiente a cada uno de sus alumnos, por eso los mayores (Giorgione en este caso) supervisaban a los pequeños (como era Tiziano), de aquí que algunas pinturas de la juventud de Tiziano y últimos años de la vida de Giorgione, como es este Concierto campestre, fuera una obra conjunta.
Se trata de una pintura curiosa, y en efecto, extraña.
En un paisaje rural contemplamos cuatro personajes: dos masculinos y dos femeninos. Las dos mujeres aparecen completamente desnudas, una de ellas de espaldas, no le vemos el rostro, tiene una flauta entre sus manos, que no acaba de llevarse a la boca para soplar el instrumento. La otra, de pie en el lado izquierdo, se apoya en un pozo y vierte en él agua con una jarra.
Ellos, en cambio, van vestidos, pero fuertemente contrastados: mientras el joven de la izquierda, que sostiene un laúd, va equipado con ropa más bien lujosa y poco adecuada para el entorno natural, el otro lleva ropa mucho más humilde, de pastor, acorde a ese ambiente de campo.
La interpretación de esta escena, como decía al principio, no es fácil. Una de las teorías es que el tema fuera una alegoría de la muerte, que siempre es una sorpresa, puede llegar cuando menos te lo esperas. Por eso, el joven pastor, interrumpe a los que tocaban los instrumentos, la melodía como sinónimo de la vida. Y la otra mujer, podría ser una musa, una alegoría (no una mujer real, porque en el siglo XVI era impensable que una mujer corriente se pintara desnuda) que al lanzar ese chorro de agua en el pozo se podría interpretar como un acto de purificación, del mismo que ocurre con el bautismo en la religión cristiana.
Otra interpretación mucho más genérica justifica la temática tan extraña de la obra como un reflejo del poder de la imaginación, y a la vez nos invita a confiar más en esta fascinante facultad que poseemos, que nos hace sensibles y capaces de creer que aquello que en un principio nos parece imposible pueda llegar a lograrse.