Contingente
Escultura orgánica.
A lo largo de los años 60, la corriente minimalista destaca por adoptar nuevas ideas acerca de la presencia de la obra y sus relaciones con el espacio y el espectador. Estas piezas se caracterizaban por su corte industrial y seriado, frío en ocasiones. Pero a mediados de esta década comienzan a respirarse nuevas inquietudes: piezas de artistas como Eva Hesse, Louise Bourgeois, u obras tempranas de Bruce Nauman, apuntaban cara una alternativa expresiva del lenguaje escultórico, en la que se referían más a una corporeidad, una organicidad que llevaba a repensar el cuerpo en relación a aspectos psicológicos. Nuevos materiales, alejados de lo industrial y lo técnico del minimalismo, caracterizaron la corriente que sería denominada, pocos años después, como posminimalismo.
En 1969, Eva Hesse crea Contingent con fibra de vidrio y resina de poliéster. Esta obra cuenta con ocho bandas que cuelgan del techo, paralelas entre sí y perpendiculares a la pared. Al ocupar el espacio de manera tridimensional, el espectador podía acceder a la obra a través de diferentes ángulos, permitiendo su total recorrido. Es una pieza que nos lleva a lo delicado y también a lo orgánico: piel y cuerpo parecen haber sido desgarrados.
En su momento, la obra de Hesse se asocia con el minimalismo por el contexto en que nace y por el uso de la repetición como estructura formal. Pero si bien es cierto que existe un patrón, este solo orienta; cada una de las partes es diferente dentro de que todas ellas son la misma obra. No buscaba la imagen única: con su gesto se aleja de la idea de serialidad y nos hace pensar en algo vivo, distinto a la organicidad ausente del minimal.
Con Contingent, que sería portada de la revista Artforum al año siguiente, estaba modificando los gestos del arte. La expresividad nacida de la pieza cuestiona cualquier discurso estético vigente al no corresponderse exactamente con nada: no es pintura, no es escultura, ni tampoco es representación. Es materia que ha sido impregnada de gesto, y este justifica la metodología pero también el contenido. Hesse une y resignifica diferentes códigos, alejándose de las convenciones estéticas conocidas hasta el momento.
Piezas como esta guardan una sensibilidad brutal. Producen el impacto que puede generar un nudo en el estómago del espectador cuando, de alguna manera, se descubre a sí mismo identificándose con unas tiras gigantes que cuelgan del techo.
La definición de contingencia es la de suceso que puede o no ocurrir, especialmente en referencia a un problema que se plantea de forma imprevista. Otra de las definiciones solo incluye la palabra riesgo. Hesse muere un año después de realizar esta pieza. No fue del todo inesperado, hacía años que vivía enferma, e inevitablemente también estaba condicionada por esto a la hora de crear sus obras. Es uno de estos casos en que separar artista y obra se vuelve imposible. Ella misma consideraba absurdo realizar esa diferenciación:
«Comprendo el arte como una cosa total. Y dentro de esa cosa está la vida (…). Yo estoy interesada en resolver una incógnita del arte y una incógnita de la vida. No se pueden divorciar (…). De hecho, mi idea ahora es contrarrestar todo lo que he aprendido o me han enseñado sobre esas cosas y encontrar algo que es inevitable, que es mi vida, mi sentir, mis pensamientos».
Frente al frío de los proyectos minimalistas, de alguna manera congelados, las obras de Eva Hesse son piezas vivas, o piezas que hablan de una muerte que en algún momento fue vida. Es el desgarro de Hesse, con el que obras caen y se expanden. A veces se levantan, a veces pesan demasiado.