Sin título o Aún no
Lo que cuelga.
De entre toda la mierda creada en el arte después de la Segunda Guerra Mundial, una de las más sorprendentes es quizás la de Eva Hesse por varios motivos:
El primero es por su vida, truncada a los 34 años por un tumor cerebral. A saber a dónde podría llevar la escultura una de sus investigadoras más experimentales. Sólo nos quedan sus obras, llenas de misterio, sentido de humor y experimentación con materiales y formas, muy conscientes de su ridiculez y fragilidad.
El segundo es por la originalidad de sus inclasificables trabajos realizados con «materiales pobres», acumulados, pegados o, como en este caso, colgados en una pared a modo de cuadro, destacando sobre sus colegas de generación con una escultura orgánica frente a la frialdad industrial y la «limpieza» de los minimalistas.
Hesse volvió al objeto como arte. Su obra no era ni fría ni limpia: todo lo contrario. Buscando un equilibrio entre el orden y el caos, supo hacernos divisar lo que había de bello en un montón de mierda al trabajar con ella en un proceso artístico. Otro motivo que hace de Hesse una de las grandes es hacernos ver la complejidad de este proceso, mostrarnos incluso el impulso creativo donde está el origen mismo del acto artístico.
Con estas nueve redes colgando como sacos escrotales apuntalados en una pared de museo, Hesse creó además infinitas esculturas, ya que era consciente de que la composición de la obra variaría inevitablemente de una exposición a otra.