Crepúsculo sobre un lago
A un paso de lo abstracto.
No lo pinté para que fuera entendido, sino porque quería mostrar como luce semejante espectáculo,
fue la contundente respuesta de William Turner ante la crítica a una de sus últimas obras. Bien podría haber sido esta el objeto de la incomprensión de sus contemporáneos, y no es de extrañar, puesto que Turner, especialmente en su último período, desafía las leyes de la representación. Con sus obras los academicistas entraban en la cólera propia del proselitista, y hasta su mayor defensor y admirador, John Ruskin, dudó de sus últimas pinturas.
Pero Turner, sumergido en el delirio del genio, no abandonaría su investigación sobre la luz y el color, un camino que le llevará hasta la abstracción. Como podemos contemplar en Crepúsculo sobre un lago, donde sólo un punto de luz en la lejanía nos insinúa una puesta de sol, el resto es color, luz y atmósfera.
Absorto y arrobado por la naturaleza y el arte, no esperó Turner la visita de las musas, trabajó incansable (más de 19 mil dibujos y bocetos lo atestiguan), en la búsqueda de la perfecta representación de la naturaleza y como él mismo dijo, de la plasmación de semejante espectáculo,
que le llevó a pintar avalanchas de nieve, tormentas en el mar, brumas, ocasos, naufragios…Manifestaciones de la naturaleza que no buscaban abrumar al hombre por su escala inconmensurable, (como hacían sus coetáneos románticos como Friedrich), si no por su arrolladora fuerza, envolviéndonos en la luz que generan los fenómenos atmosféricos.
El abandono de la representación figurativa hacia la abstracción le permitirá ser más fiel a los arrebatos de la naturaleza, y seguramente a los suyos propios. Se dice que actuaba con ímpetu sobre la pintura, a veces con el pincel, la espátula o las manos, rasgándola, doblándola, e incluso se menciona algún que otro escupitajo.
Un largo y asombroso camino en el que mucho tienen que ver los miles de dibujos y bocetos, y la técnica de la acuarela al aire libre, acuarelas que en ocasiones parecen óleos.
Plasmó en la pintura lo que Goethe teorizó en su libro Teoría de los colores de 1810 y que el pintor leyó en 1843, dejando anotaciones por las que conocemos su aprobación de dicha teoría. Una muestra de como dos genios llegan al mismo punto desde diferentes disciplinas, uno a través del verbo, el otro a través del color.
Los cuadros de Turner no necesitan más explicación que su observación directa, dejándonos atrapar por el color, por su atmósfera y apreciar el rastro de sus pinceles, o sus espátulados, que en algunas ocasiones recuerdan a la técnica de Rembrandt, como también lo hacen los tonos dorados, rojizos y pardos de este crepúsculo.
A través de sus viajes y estudios de la naturaleza, Turner se anticipó a la Escuela de Barbizon con sus pinturas al aire libre, también a los impresionistas, aunque ellos dirán plein air que suena más chic, al expresionismo, a la abstracción y al propio Mark Rhotko. Turner parte de la tradición de los más grandes pintores y eleva el denostado género del paisaje a su máxima expresión.