Ulises burlando a Polifemo
La Odisea abstracta.
Turner escoge un tema mitológico para esta pintura. Tema el cual pasa desapercibido, ya que, como siempre en la obra de este artista, el protagonismo se lo llevará el paisajismo y el color.
Sin embargo, de una forma indefinida y secundaria, aparece un episodio que transcurre en La Odisea de Homero, uno de los momentos más célebres del poema épico, cuando Ulises (u Odiseo) y sus hombres logran escapar con éxito de la isla de los cíclopes, en la que habían quedado cautivos por Polifemo, un cíclope gigantesco, con un sólo ojo en el centro de su frente.
Aprovecharon una noche en la que este ser dormía profundamente, embriagado por el vino. Se hicieron con una gran estaca (que los hombres afilaron a conciencia), la acercaron a la hoguera para que prendiera y seguidamente la clavaron en el único ojo de Polifemo. Este debió aullar de dolor en plena noche, despertando a todos los otros cíclopes que habitaban la isla.
Al tratar de explicar a sus vecinos lo sucedido, estos lo tomaron por loco, o sonámbulo, pues Polifemo repetía sin cesar: ¡Nadie me ha dejado ciego!
Y es que Ulises, famoso por su inteligencia y no tanto por su espada, se presentó a Polifemo como «Nadie», le hizo creer que era su verdadero nombre.
Al día siguiente, Polifemo abrió la entrada de su cueva para que las ovejas pudieran salir y alimentarse. El ingenioso héroe y el resto de supervivientes se escondieron debajo de las ovejas mientras estos animales avanzaban hacia el exterior, y cuando Polifemo, ya completamente ciego, palpaba el lomo de estas, no se dio cuenta del engaño.
En la pintura vemos como Ulises y la tripulación van ya en su barco, victoriosos tras escapar de aquel terrible lugar. Odiseo, en una posición elevada, está de espaldas, mira como la isla se va perdiendo en la lejanía. Tiene los brazos levantados, como símbolo del éxito, y en una de sus manos sostiene una antorcha, tal vez la misma con la que cegaron al cíclope.
Polifemo, indefinido tras el barco y las nubes, es prácticamente un borrón, una oscura sombra, incluso una nube más en el paisaje. Apenas logramos distinguir su cabello rizado y una mano monstruosa con la que se tapa el rostro, especialmente ocultando la cicatriz donde antes estaba su ojo.
La otra mano, más difuminada si cabe, está extendida hacia atrás, para lanzar con la máxima fuerza posible una roca contra el barco (golpe que sin duda fallará, debido a su nueva condición de invidente).
Además Turner, que conocía bien la mitología (sobre todo después de viajar a Italia y ver las obras clásicas, renacentistas y barrocas) se toma algunas libertades y añade otros elementos mitológicos que no están relacionados con la Odisea.
Por ejemplo, añade ninfas marinas, conocidas como Nereidas, de cuerpos translúcidos, en ellas lo que más destaca son las estrellas brillantes en su frente. Junto a las Nereidas, aparecen también grandes peces voladores. Estos seres, situados frente a la proa del barco, alientan a los marineros y los guían por las aguas.
Otro detalle que Turner decide agregar por su cuenta (éste más difícil de ver) se encuentra junto al sol.
Está amaneciendo, y por eso se vislumbra un carro de caballos tirado por Helios, la divinidad del sol (se suele asociar más al dios Apolo). Su labor era conducir cada día el carro, para llevar el sol, su luz, y por tanto el día.
Seguramente usó como modelo los relieves del friso del Partenón de Atenas, que ya en la época de Turner se encontraban en museos ingleses…
Más claras influencias del genial artista romántico eran los paisajes de Claudio de Lorena, Turner sentía gran admiración hacia su obra.
Incluso pudo leer «Las teorías del color» propuestas por Goethe, pues Turner experimentaba en sus paisajes, usando muchas tonalidades diferentes, una rica variedad de colores, aplicados de manera totalmente rupturista a lo que se conocía hasta el momento.
Esta obra, aún temprana, marcaría la dirección que Turner iba a ir tomando progresivamente en su pintura, anticipándose a la abstracción.