Cristo amarillo
Ictericia, síntoma de inminente modernidad.
Gauguin pintó en 1889 El Cristo amarillo, cuya venta —entre otras— le sería muy necesaria para costearse su futuro viaje a Tahití. Un poco antes, ya había dejado de compartir fraternidad artística y violencias varias con Vincent Van Gogh; son momentos inflexión en los que se va despidiendo del mundo occidental desde Bretaña.
Estas tierras humildes han subyugado a Paul, aquí, en Pont-Aven encuentra todo lo que su París natal —ahora profundamente aburguesado— una vez tuvo y perdió: la ausencia de pretensiones, la sencillez del arte popular y las hondas manifestaciones folclóricas.
Lo religioso es marginal en la obra del pintor, aunque sus pocos ejemplos son grandiosos. En este caso va a lo seguro; nada de innovaciones: un calvario ortodoxo con su crucificado y sus tres Marías…, o no tan clásico… Quizá la escena refleja una visión fruto de la fe extrema de las campesinas, las cuales han sido elegidas para ser testigas de la Epifanía del crucificado…, ellas, y el aldeano que corre despavorido del lugar saltando una valla…, o muy al contrario: el buen hombre se acerca curioso a toda prisa al espectáculo que ha visto desde la lejanía. El bíblico monte Gólgota es descontextualizado en favor de una campiña de orografía y arboleda sintética. La estampa en conjunto rezuma solemnidad y devoción.
Compositivamente la cruz centra y divide el lienzo, encuadrando opresivamente el mástil horizontal la parte superior de la escena, recortando a las devotas a modo fotográfico. En cuanto a la paleta, poco le importa a Gauguin los colores que la realidad ofrece. Es la autocracia del color: plano y vibrante, desparramándose en grandes manchas tan concienzudamente perfiladas que se diría que el pintor teme fugas: cloisonismo. El rostro de Cristo es una larga máscara africana, mientras que los de las bretonas economizan en rasgos fisonómicos. Vemos trastocada la perspectiva de las casas; y no se percibe profundidad en el paisaje: con total negligencia se han abolido los muchos logros del pasado, buscando un nuevo lenguaje.