David con la cabeza de Goliat
A la cabeza del Barroco.
¿La última obra de Caravaggio? Hay quien así lo afirma y de hecho no sería mal colofón para la admirable carrera de este hombre.
Es una pintura pequeña, oscura y quizás autobiográfica. Caravaggio muestra no uno, sino dos autorretratos, uno de joven y otro de viejo. El paso del tiempo, sus vivencias y su suculento historial delictivo hicieron mella en el artista hasta el punto que parecen dos personas distintas. Y lo son, claro.
David es un chico de la calle con una conducta salvaje y descerebrada; Goliat, un hombre golpeado, casi destruido, víctima de su joven yo. Podemos ver como el joven, en vez de triunfal, mira con melancolía y empatía la cabeza del viejo.
Caravaggio no escatima en truculencia y de la cabeza del gigante sale chorreando sangre. Ampliando la imagen (dadle a ampliar; nuestra web tiene esa opción) podemos leer en el filo de la espada una inscripción: H-AS OS, que en se traduce como Humilitas occidit superbiam («La humildad mata al orgullo»).
Con esta pintura, Caravaggio pensaba que podía ganar el perdón para regresar a Roma tras años de exilio. Se lo regaló al cardenal Borghese, el funcionario papal con poder para conceder al artista el perdón por asesinato. Pero el pintor moriría sin volver a ver su ciudad aunque —perdonen el chiste— encabezando el movimiento que ayudó a crear él mismo.