Día de muertos
Encarnar la paradoja y celebrarla.
Dos de noviembre.
México.
Tres familias conviven con sus muertos.
Convivir: «vivir con». Encarnar la paradoja y celebrarla. Digna costumbre mexicana.
La luz de esta noche es anaranjada, como la flor de cempasúchil o como los rostros debajo de los rebozos y sombreros. Naranja también es el gran silencio; es curioso, porque quien haya visitado México tendrá consigo un recuerdo colorido, ruidoso y alegre del país.
En el cuadro hay quince personas, siete rostros y solo una mano, esta sostiene un sahumador y el humo envuelve a la persona que lo alza. Las facciones de la persona no permiten discernir si es un hombre o mujer, en todo caso, con ese vestido de humo, podría ser un alma; el copal, además de alejar a los malos espíritus, es la vestimenta de los difuntos.
El hombre que mira de frente, al no reparar en la figura a su lado y al mostrarse tan sereno, imposibilita pensar que quien está junto a él no sea persona, sino alma que por un día no es motivo de pesar, sino de fiesta.
Durante su estancia en París, Diego Rivera experimentó con el cubismo, aprendió de la geometría y de sus líneas y con ellas representó temas mexicanos, como el Paisaje zapatista y La adoración a la Virgen. Pero no fue la única técnica que aprendió en Francia, también estudió el elemento más básico con el que se puede componer una obra: el punto. Con él, en este óleo, recreó la visita de tres familias a un cementerio.
A pesar del frío de la noche, la atmósfera es cálida y no puede decirse si es melancólica o alegre, como tampoco puede decirse si es naranja o azul el rebozo de la mujer a la derecha; porque los puntos, a diferencia de las líneas, no dividen, reúnen.
El día de muertos: reunión entre los que no han de volver y aquellos que los convocan con velas, flores y comida. Sombras al fin todos del mismo paisaje, porque el mundo de los muertos y el de los vivos no se divide por una línea, sino que convive punto por punto, como en este cuadro de Rivera.