DMT
¡Vaya colocón!
Jeremy Shaw administró dimetiltriptamina (o DMT) a ocho de sus amigos, incluido él mismo, y grabó sus experiencias.
Este alucinógeno produce entre otras cosas una pura subjetividad, un gran subidón de euforia, además de vívidas y elaboradísimas alucinaciones que pueden incluir encuentros y comunicaciones no verbales con las denominadas entidades DMT, visualización de maquinaria y ciudades futuristas, y viajes a otras realidades y planos. [1]
Estas imágenes serían una mina de oro para cualquier artista que pudiera captarlas. Shaw lo intentó. Sabía que era imposible cazar esas alucinaciones de manera objetiva, pero al menos pudo grabar algo, sobre todo la lucha de esta gente por describir —o más bien verbalizar— algo tan íntimo y tan subjetivo.
Cuando tuvo las imágenes de estos pensamientos balbuceantes, su idea era proyectarlas en diferentes monitores a modo de instalación. 8 videos de guapitos modernos colocándose en cómodas camas blancas. Muy bien. ¿Eso que tiene de arte?
Shaw trabaja con la subjetividad y los estados mentales alterados. Con DMT no busca visualizar los viajes de sus sujetos. Es imposible. Más bien quiere poner el foco en conceptos como la alienación, el misticismo, el aislamiento… Que veamos esas ocho pequeñas fiestas donde es imposible entrar debido a la subjetividad más furiosamente impenetrable.
Solo el texto nos da una pista de lo que siente esta gente, pero apenas está articulado y es poco coherente. El lenguaje no logra dilucidar algo tan alucinante. No es fiable.
Y esa es otra de las claves de la obra de Shaw. En tiempos de medias verdades, paparruchas, noticias falsas y rumores periodísticos nos tragamos cualquier cosa. Todo vale para entender, al menos un poco, semejante galimatías en el que estamos viviendo.
El artista sabe, y nosotros sabemos, que vivimos en pequeñas islas de narcisismo, aislados, en burbujas sociales, incapaces de una comunicación eficaz… y eso que contamos con el apoyo de la tecnología, o la química: de la ciencia. Pero Shaw tiende a confundir en su obra la ciencia con la ciencia ficción, o las pseudociencias cada vez más en boga. Son tiempos aterradores.
Quizás por eso en tiempos como estos, lo que interesa es arte realista —mejor hiperrealista— arte bien pintadito, bien comprensible. Y mejor invertir muchas horas en él, no vayan a pensar que es un timo. Quizás reivindicando un poco alguna cosa. Grandes murales, muy visibles, muy cómodos, que no nos desvíen demasiado de nuestra ruta diaria… Píldoras fáciles de tragar.