Don Quijote y la mula muerta
Otra maravilla de un artista que era un poco Quijote.
Daumier era una institución en la Francia del siglo XIX. Todo el mundo adoraba sus caricaturas de burgueses panzudos, abogados turbios, parlamentarios grotescos, políticos incompetentes y soplones del gobierno. Si… el artista no tenía muy buena imagen de los políticos. ¡No me puedo ni imaginar porqué! Menos mal que esos tiempos de políticos con mala imagen ya han pasado.
Lo que mucha gente no conocía, y todavía desconoce, es que Daumier era también un «artista serio». No eran todo chistes y caricaturas, sino que también realizó, ni más ni menos, que algunas de las mejores obras de arte de la época en Europa.
Esto se debe a que Daumier no era el típico artista arrogante que habla de sí mismo y se promociona a la mínima oportunidad, que pasa más tiempo en fiestas y eventos que en el taller, que tiene más habilidades sociales que artísticas. El pobre Daumier creía que su obra hablaría por sí misma, y por supuesto, el mundo no es así, menos aún el mundo del arte.
Su legendaria discreción y la dispersión de su obra en el planeta entero perjudicaron su merecida fama. Al menos gentes como Baudelaire, Delacroix, Degas y Picasso supieron valorar sus extraordinarios cuadros, como este de Don Quijote, personaje con el que el artista trabajó en varias ocasiones.
Los que conozcáis el libro reconoceréis aquí el pasaje donde el caballero y su fiel escudero Sancho encuentran una mula muerta:
y habiendo rodeado a parte de la montaña, hallaron en un arroyo caída, muerta y medio comida de perros y picada de grajos, una mula ensillada y enfrenada; todo lo cual confirmó en ellos más la sospecha de que aquel que huía era dueño de la mula y del cojín.
Capítulo XXIII
Lo que sorprende es lo tremendamente moderno de esta imagen, realizada con unas cuantas pinceladas espontáneas y enérgicas, que consiguen plasmar el patetismo de la escena con un prodigioso dibujo y sin apenas color.
Arriba el lienzo está un poco más trabajado, pero abajo, el cadáver se muestra sin piedad, directo al grano, descomponiéndose en la aridez del lienzo en blanco. Dos partes diferentes en un cuadro tan vertical y esbelto como lo era el propio Caballero de la triste figura.
Algunos estudiosos opinan que Daumier, como Cervantes, quiso elevar lo cómico a lo sublime, quiso mezclar realismo y humor para encontrar la fórmula para llegar a la descripción de la realidad perfecta, con crítica social incluida.
Daumier fue con su arte un poco como el Quijote: un marginado idealista.