Vagón de tercera clase
De la pobreza a la miseria.
Ni la implacable guillotina de 1789 ni las revoluciones de 1830 y 1848, pudieron cambiar el orden social, sólo los personajes sociales (Es necesario que todo cambie para que todo siga igual
decían con acierto en El Gatopardo) y todo siguió igual. Realidad de la que era buen conocedor Daumier por su condición de caricaturista para los diarios de la época.
Vagón de tercera clase… por la clase del vagón ya conocemos la condición de sus ocupantes, pero si eso no es suficiente fijémonos en sus rostros cansados, desolados, en las miradas perdidas. Las figuras del fondo apenas son la imagen de una calavera, una caricatura de sí mismos. Parecen extraídos de las novelas de Dickens, de Balzac o quizás de los Miserables de Victor Hugo, escrita el mismo año o quizás tan sólo dos antes, de que Daumier realizara esta pintura. El foco de luz de la escena, centra la atención en las dos figuras femeninas. Al lado de ellas, en la penumbra un niño duerme, ¿viene de la escuela o de la fábrica?, no lo sabemos. Sólo la mujer que amamanta a un bebé transmite placidez y quizás la esperanza de un futuro mejor. Todo lo demás es miseria cotidiana, con ella Daumier se encargó de hacer crítica social y sátira política, lo que le llevó seis meses a la cárcel por hacer una caricatura del monarca Felipe I de Orleans representado como el glotón personaje Gargantúa.
Y qué bien representa el vagón, al igual que la locomotora, ese viaje hacia el progreso, hacia la industrialización. Un viaje de la pobreza a la miseria: la proletarización del campesinado. De la pobreza del rural donde la tierra los amparaba, a la miseria de la ciudad, donde el anonimato los engulle. ¿Hicieron estas gentes ese viaje?
Con su realismo social, Daumier representó los pesares de la clase trabajadora, también él los padeció, murió ciego por causa de su trabajo, los ácidos de las litografías que realizaba semanalmente (hizo cuatro mil), lo dejaron sin vista.
¡Viva el Mal!, ¡Viva el Capital!