El banquete
En un círculo se confunden el principio y el fin.
Estamos en el jardín, al atardecer. El sol se pone, pero no detrás de los árboles, sino delante.
Se crea así un círculo puro en el centro puro del cuadro, equilibrado por la fuerte horizontal de la balaustrada.
No sabemos bien qué es lo que está delante y qué es lo que está atrás. ¿Estamos más cerca de ese sol rojo que de los árboles? ¿Están esa balaustrada y esa vasija de piedra en primer plano o quizás están detrás de todo? ¿O está todo pintado sobre ese muro, y hay un agujero circular que nos deja ver la luz del sol?
Todo es posible.
Cerca, lejos. Delante, detrás. Dentro, fuera… Con Magritte no sabemos ni qué quiere decir todo eso. De hecho, el pintor nos da pistas de que esos conceptos no existen, y menos en una pintura.
La perspectiva, tantas veces violada por el artista, es aquí minuciosamente observada. Magritte, pese a lo que pueda parecer, fue un pintor «realista», y en cuadros como este se pregunta muy legítimamente: ¿qué es la realidad?, y ¿cómo acercar esa «realidad» al arte?.
Magritte, el filósofo, el poeta, el retratista de lo extraño. Nunca nadie captó tan bien lo rara que es la realidad.