El borracho
Demencia voluntaria.
Alenza se pone un poco goyesco para hacer este excelente retrato de la ebriedad. Es otra de sus escenas de género, en las que criticó, sin dejar títere con cabeza, los vicios y costumbres de los madrileños, y por extensión del resto de seres humanos.
La embriaguez es uno de esos vicios. Bien conocida por todos — sin duda también por los lectores de HA! — una buena borrachera tiene múltiples usos: quizás sirva para una catárquica evasión, quizás como lubricante social o quizás, como dijo Marx (a Groucho me refiero), para hacer interesantes a las demás personas. Pero siempre es una forma de demencia voluntaria.
El borracho se mueve en la fina línea entre la euforia y el patetismo. Alenza ilustra aquí esta segunda situación, con un personaje —desdibujado con pinceladas sueltas— a las puertas de una taberna, seguramente balbuceando alguna incoherencia (y quizás dejando escapar algún destello de sabiduría etílica) o cantando una canción de amor a la uva fermentada. Con la capa a medio poner, arrastra parte de su ropa de manera torpe, ha perdido un zapato y lleva los pantalones desabrochados.
Mañana la escena será igual de patética, pero mucho menos divertida para este beodo. Noches alegres mañanas tristes.