
El boxeador
Autorretrato de un artista maduro.
En 1931, Pierre Bonnard ya era todo un veterano de la pintura. Había alcanzado eso que llaman madurez artística. Había visto cómo el arte había avanzado a pasos agigantados, en parte gracias a él y a sus experimentos post-impresionistas con el color. Había abandonado París por el sur de Francia, más cálido y cómodo para un señor de cierta edad, y hasta se fue al norte de África a descubrir una nueva luz.
Eran los años treinta, y entre viaje y viaje, Bonnard no paraba de trabajar. Consideraba la creación como una continua lucha (contra la crítica, contra los tiempos, contra sí mismo), y quizás por eso se pinta aquí en pose pugilístoca. Se pone en la piel de un boxeador, aunque parece poco atlético. Más bien se le ve cansado y no sabiendo bien a qué o a quién pegarle una hostia. Quizás al espejo.
Un autorretrato inusual, un examen interno de sí mismo
[1] que muestra a un artista que vivía alejado del mundo, sacrificándolo todo por la pasión por el arte.
Bonnard no hace otra cosa que crear el retrato de un artista maduro, pero aún le quedarían unos años a este señor que iba para abogado pero descubrió la pintura.