
El caballo blanco
Una fertilidad casi obscena.
Tahití, 1898.
Paul Gauguin se va a vivir por segunda vez a esta isla paradisíaca, para él el paraíso en la tierra. Pasea por las playas, por los campos, y de vez en cuando se pierde en las exuberantes selvas tropicales, de una fertilidad casi obscena por sus suelos de origen volcánico y su clima siempre cálido y húmedo.
Entre cocoteros, bananos, gardenias, adelfas y pinos del caribe, Gauguin encuentra a veces la inspiración, ya sea copiando la naturaleza o imaginándola, como es el caso de esta visión que consigue sintetizar el paisaje tahitiano.
Las ramas de un bourao (un árbol de la zona) y unas flores sirven de marco decorativo al protagonista del cuadro de formato vertical: un caballo blanco (aunque más bien es verdoso) que bebe de un riachuelo. Mostrar este animal está probablemente cargado de simbolismo, quizás algo relacionado con el folklore funerario tahitiano. El color blanco en la Polinesia está vinculado con la muerte.
Pero detrás de este caballo blanco aparecen otros dos caballos, esta vez montados por dos jinetes desnudos. Algo nos está diciendo Gauguin, cada cual que interprete. A lo mejor nos habla de la muerte (5 años le quedaban de vida al artista, ya sifilítico y morfinómano) a lo mejor nos habla de libertad y resistirse a la domesticación.