El gato
Giacometti reduce a este felino a su mínima expresión.
Un día el escultor Giacometti recordó que el gato de su hermano Diego “pasaba como un rayo de luz”, caminando con su anatomía ágil y depredadora entre objetos cercanos sin tocarlos nunca. Como artista, esto lo fascinó y decidió llevarlo al bronce.
Eso sí, fue fiel a su estilo y convirtió al animal en una delgadísima estructura que milagrosamente se mantiene de pie, sin perder ni un poco de su esencia felina. Como dijo Sartre de sus esculturas: “a mitad de camino entre el ser y la nada”.
La obra destaca por su horizontalidad extrema, muy rígida. Este minino podría colarse por el agujero de un ratón para devorar a sus víctimas. La anatomía de este gato es como la de los humanos de Giacometti (la verdad es que apenas esculpía otros animales que no fueran de 2 patas): figuras alargadas, extremadamente delgadas y de una superficie rugosa, áspera, que milagrosamente captan la idea de un saco de vida compuesto sólo de piel y huesos.
En palabras del propio artista, que compartía taller con su hermano, todo un loco de los gatos:
“En un incendio, entre un Rembrandt y un gato, salvaría al gato, una vida siempre vale más que una obra de arte”.