Alberto Giacometti
Suíza, 1901–1966
Escultor y pintor suizo, Alberto Giacometti representó como nadie la soledad y el aislamiento del ser humano en el siglo XX. Sus típicas esculturas de una delgadez extrema son muy reconocibles y admiradas como una excelente vuelta al arte figurativo.
Giacometti nació en un ambiente artístico. Su padre, Giovanni fue un pintor impresionista. El chaval se inició en el dibujo en la Escuela de Artes y Oficios de Ginebra y después se trasladó al París vanguardista, donde entró en contacto con los cubistas, y más tarde con el grupo surrealista, que lo acogió en los años 30.
Es ahí donde Giacometti empieza a trabajar en dos de sus obsesiones: el simbolismo de los objetos y la reducción de la materia. Esto último se debe a una especie de leyenda ocurrida en el París de 1938, cuando tenía 37 años. El escultor se despidió de su amiga modelo Isabel Lambert y la observó alejarse en medio de la noche hacia el boulevard Saint-Michel. Giacometti vio cómo se hacía cada vez más pequeña, pero sin perder intensidad y conservando intacta su propia identidad.
Ahí lo tuvo claro: su objetivo era llegar allá donde la forma humana empieza a disolverse pero sin desparecer totalmente.
En los 40 empieza así su periodo figurativo: figuras humanas alargadas, extremadamente delgadas y de una superficie rugosa, áspera. Son seres humanos de tamaño natural, solos o en grupo, de extremidades muy largas, que parecen hechos sólo de piel y huesos.
Estas figuras en bronce también se pueden ver como un exacto reflejo de las experiencias ocurridas en la II Guerra Mundial.
Sartre lo definió como «el artista existencialista perfecto», «a mitad de camino entre el ser y la nada».