El sacrificio de Isaac
¡Detente, Abraham!
Ya conoceréis la bíblica historia de Abraham: un día Dios ordenó al patriarca sacrificar a su propio hijo Isaac. El buen hombre se quedó consternado, pero ¿quién era él para contradecir las órdenes de Dios? Así que se llevó al chaval al desierto y subió con él a un monte para realizar el sacrificio.
Isaac, que subía llevando la leña para el holocausto no paraba de preguntar dónde estaba el animal que iban a sacrificar. Abraham se hacía el sueco, y respondía que el Señor les proporcionaría uno. A Isaac no debió parecerle raro, ni siquiera cuando lo pusieron sobre la leña y le taparon los ojos.
Así estaban, como en la imagen. El chaval —un tanto ingenuo— abajo, Abraham con el cuchillo en la mano dispuesto a clavárselo, y justo arriba, en el último segundo apareció un ángel parando su mano y enseñándole un carnero entre la maleza.
Una historia de lo más espeluznante que da lugar a todo tipo de debates teológicos. ¿De verdad Dios es capaz de llegar a esos extremos para probar la fidelidad de alguien? Parece ser que en el Antiguo Testamento se le iba bastante la mano con este tipo de situaciones.
Quizás era todo una broma pesada. Como diría el propio Abraham:
– Mira, Dios… nunca sé cuándo hablas en broma. [1]
El sacrificio de Isaac es un tema bastante representado en la historia del arte. Desde tiempos inmemoriales los artistas se sintieron fascinados por este relato —con mención especial en el Barroco— y el señor Gerhard Wilhelm Von Reutern lo vio un tema digno de una de sus pinturas.
¿No está mal el cuadro, verdad? Y más si tenemos en cuenta que al artista le habían amputado el brazo derecho y tuvo que aprender a pintar con el izquierdo.