El sacrificio de Isaac
¡Suéltalo, Abraham!
El sacrificio de Isaac era un tema ya recurrente desde el Renacimiento (Ghiberti y Brunelleschi compitieron realizando cada uno un plafón sobre este tema para diseñar las puertas del Baptisterio de Florencia, y acabó ganando Ghiberti).
Seguía siendo recurrente en la época de Caravaggio, sólo que él, como siempre, debía llamar la atención, diferenciarse del resto de pintores y generar polémica. ¿El motivo por el cual la generó esta vez? La reacción de Isaac.
Hasta el momento, el resto de artistas (ya fuera en pintura o relieve) habían representado al hijo de Abraham en una actitud mansa, resignado ante su injusto destino. Caravaggio no lo ve del mismo modo. ¡Su padre está a punto de matarlo a sangre fría para demostrar su lealtad a Dios! ¿Es que no había otro modo? ¡Él no quiere morir!
Nos impresiona la reacción del joven Isaac, que muestra tanta resistencia ante lo que acontece que podemos imaginar perfectamente cómo un grito ahogado saldría de su garganta. Su padre debe sujetarlo y doblegarlo con fuerza para que no escape, con una mano entre el cuello y el rostro del muchacho, mientras en la otra empuña un cuchillo.
En ese momento, ese segundo preciso antes del sacrificio, aparece un ángel que rodea la muñeca de Isaac y lo detiene: Dios ha visto de lo que era capaz, no hace falta que lo mate.
Según el Antiguo Testamento, el ángel en ningún momento toca a Abraham, simplemente se aparece y le ordena que se detenga. El gesto de agarrarle la muñeca en el último momento da mayor dramatismo a la escena. Caravaggio no fue el primero que lo representó con tal osadía, Brunelleschi ya lo hizo años antes en su plafón.
Lo más innovador y propio de Caravaggio es la brutalidad de una situación ya por sí brutal, no sólo el rostro de Isaac impresiona, incluso el de su propio padre, Abraham parece molestarse cuando el ángel aparece, más que dispuesto en asesinar a su hijo. Destaca su túnica rojiza, un recurso muy habitual en las obras de Caravaggio para aludir a la violencia.