El Torso de Belvedere es mostrado a Miguel Ángel
Amor por la escultura.
Durante el papado de Julio II apareció una estatua en Roma que revolucionó la cultura italiana (y la europea). Era el torso de Belvedere, que representa la figura de alguien sobre un animal. Al estar incompleta no se sabe quién es el representado, pero sí se aprecia en los músculos que se conservan un excelente dominio de la anatomía y sobre todo esa espectacular expresividad del torso retorciéndose.
Es curiosa la belleza que a veces tiene lo incompleto.
Por supuesto, los artistas de la época se volvieron locos con semejante hallazgo, y uno de ellos fue nada menos que Miguel Ángel, que si de algo sabía, era de escultura (y de la belleza de lo incompleto).
Ese amor por su oficio de escultor es lo que nos quiere mostrar el muy académico artista francés Jean-Léon Gerôme, que como ya sabemos por la temática de sus obras, era un amante de la cultura clásica.
Gérôme se imagina aquí a un anciano Michelangelo Buonarroti disfrutando de la célebre estatua por medio del tacto, ya que al parecer está ciego. Un niño de pantalones coloridos parece guiar su mano.
Por lo que sabemos, M. A. nunca se quedó ciego, pero sí sabemos que era un ferviente admirador del Torso, y de hecho, gracias a ese apoyo incondicional, la escultura conservó intacto el prestigio y la popularidad que todavía tiene.
Por supuesto le permitimos a Gérôme esta licencia creativa, porque el cuadro está muy bien, sobre todo al mostrarnos tantos contrastes: vejez y juventud; tacto y vista; músculo y gracilidad; mármol blanco y color en la gente real… El pasado y el futuro del arte.
Quizás Gérôme (que tenía 24 años al pintar esto), se identifica con ese aprendiz de Miguel Ángel, maestro del que tanto aprendió aún a través de los siglos.