En el Moulin Rouge: el baile.
El baile de la Glotona y el Deshuesado, una noche muy normal en el Moulin Rouge.
Cuando nos detenemos frente a esta obra, los instrumentos de cuerda de la banda comienzan a sonar. Nos encontramos en el salón del Moulin-Rouge: baile, música y mucha absenta nos aseguran la diversión de una de las maravillosas noches parisinas de fines del siglo XIX.
En el medio del gentío, entre codazos y risas, nos encontramos con Louise la «Goulue» y Valentin: «le Désossé». Ellos no están en primer plano, sin embargo, llaman enseguida nuestra atención. En la instancia más destacada del cuadro, el gran Toulouse-Lautrec (aunque de grande tenía poco, ya que a los 13 años se fracturó ambos fémurs y nunca superó el metro cincuenta de estatura) los describe con total desparpajo, en una coreografía que tenía de todo menos elegancia. Valentin, con su galera bien puesta, sostiene un pie en el aire, a punto de dar un paso. Lo llamaban «el deshuesado», era tan flexible en sus movimientos que el hombre parecía no tener huesos. Louise Weber, más conocida como la «glotona», al terminar la noche, vaciaba platos y vasos de todas las mesas del salón. Pero en él mientras tanto era la reina del baile: mostrando sus pantorrillas en medias rojas (oh! Mon dieu!) revolea las piernas mientras su chignon se va desarmando.
Desde la mujer de perfil vestida de rojo, arriba a la izquierda, pasando por las medias de la Goulue hasta la esquina inferior derecha del cuadro, una gran diagonal atraviesa toda la escena y le suma ritmo (si es que quedaba algo de esto por sumar). Como tantos de sus contemporáneos (Degas, Van Gogh, Gauguin…), Toulouse-Lautrec se verá fuertemente influenciado por las estampas japonesas y su forma de describir el espacio a partir del gran potencial de la línea diagonal.
La influencia de la fotografía también se hace sentir en esta obra: personajes pasando por delante de la mirada del artista, recortados por el marco, aparecen como relleno de un primer plano que en otras ocasiones los hubiera tenido como protagonistas. Son el vivo indicio de que el artista recurre a la estética del encuadre fotográfico.
Es esta obra la antesala de uno de sus carteles más conocidos y que le valdrá su fama en este rubro. Allí alcanza una síntesis extraordinaria en donde resume, con muy pocos trazos, toda la energía de su línea y nos hace bailar al ritmo de la Goulue mientras nos bebemos una copa en el Molino Rojo.