La inspección médica
El Lautrec más social.
Dos mujeres hacen cola para que el médico les eche un vistazo. Se levantan sus respectivos vestidos sosteniéndolos por delante y aún mostrando la desnudez de sus nalgas en esa humillante fila, van conservando todavía cierta dignidad. Se percibe, eso sí, la preocupación en el ambiente, ya que es probable que -por motivos laborales- estas mujeres hayan contraído una enfermedad venérea, como podemos asociar por ese colorido de un rojo encendido, un rojo sangre, un rojo infección.
También rojo pasión, que era el color típico de este tipo de locales.
Se nota también en esos rostros la resignación. Es su trabajo -el más antiguo del mundo, dicen…-, probablemente el más peligroso y aterrador. Si el resultado de la inspección fuera positivo quizás tendría que ingresar en el hospital/cárcel de Saint-Lazare realizando durísimos trabajos forzados para las crueles monjas que las mataban a golpes y hambre, o quizás verse obligadas a seguir trabajando a pesar del riesgo para su salud y la de los demás. En caso negativo, la cosa estaba clara: a seguir vendiendo sus cuerpos hasta la próxima inspección médica.
Después de todo la prostitución era legal en ese París de fin de siècle. Sólo había que sacar un carnet y someterse a inspecciones periódicas obligatorias. Cada cierto tiempo, en el burdel se hacían filas de este tipo, llenas de miedo y esperanza entre el agresivo rojo.
Lautrec se conocía al dedillo los bajos fondos de París y entabló una fuerte amistad con muchas de estas mujeres marginadas, bohemias, empequeñecidas como él. Las observó, las comprendió y las amó. Y quizás por ello las pintó de una manera tan sincera, hermosa y sobrecogedora, entre la más evocadora poesía visual de lo íntimo, lo femenino, lo costumbrista, y la más virulenta crónica social de lo triste, lo sórdido, lo enfermizo.