Lavandera
Lautrec y su modelo Carmen.
Tenía 23 años Toulouse-Lautrec cuando pintó a esta maravillosa lavandera. Era un jovencito inseguro, un tío bajito que todavía no confiaba en sus habilidades como artista. Por ello todavía no era un rebelde y seguía al pie de la letra los consejos del que era su maestro de pintura, Fernand Cormon. De ahí el relativo clasicismo de esta pintura.
Por algún motivo, Cormon aconsejó a su alumno que dejara por un momento los aburridos y repetitivos dibujos de monumentos y que se fuera a Montmartre a hacer bocetos rápidos.
En el barrio parisino, el artista se enamoró perdidamente de la vida que había en este lugar en plena ebullición. Se sintió entusiasmado. Había encontrado no sólo su hogar, sino su fuente de inspiración.
Por la calle, Lautrec vio a una chica delgada con el pelo rojo alborotado. Era Carmen Gaudin y se convertiría en modelo de varios de los mejores retratos del postimpresionista, entre ellos esta fabulosa pintura.
Carmen posa con una expresión de cierta melancolía, y quizás un cierto cansancio, mirando por la ventana al mundo externo. Lautrec dignifica su profesión dándole ese título al cuadro (recordemos que en la época ser lavandera era el oficio más bajo para las mujeres, después de prostituta) y dignifica también su figura iluminando su cara con una especie de resplandor angelical, a modo de virgen o santa.
Se ve que Lautrec estaba un poco enamorado de Carmen. Con sus pinceladas vibrantes retrata además a toda una clase trabajadora.
En 2005 un comprador anónimo pagó por esta lavandera la cantidad de $ 22 millones en una subasta.