Frenesí de exultaciones
¿Cómo se ve un orgasmo?
Tal vez esto fue lo que se preguntó Władysław Podkowiński al componer esta monumental pintura.
En el mundo del arte ya hemos visto intentos por responder esta interrogante. En 1964 Andy Warhol, en su película Blow Job, retrató en vídeo el rostro de un hombre recibiendo sexo oral. Sin embargo, la respuesta de Podkowiński 70 años antes es mucho más simbólica y enigmática; una muchacha de cabellos rubios con tintes cobrizos, parece emerger desde la oscuridad, dejándose secuestrar por un corcel negro que parece encarnar sus instintos eróticos.
A golpe de vista, la pintura nos impresiona por los intensos contrastes hallados en ambas figuras, que pese a la aparente contraposición, parecen interactuar de una forma orgánica en el cuadro. Podemos observar cómo la piel luminosa de la joven mujer ejerce un fuerte contraste al posicionarse sobre la oscuridad general del cuadro, y específicamente, del caballo, a tal punto que da la sensación de sobreexposición cuando se observa por primera vez. Los rostros también se observan naturales pese a sus marcadas diferencias: el caballo con un rostro que se puede interpretar como demoníaco o eufórico, funciona como contrapunto ante el rostro de la muchacha, apacible, angelical y orgásmico.
El disfrute de ella parece que se halla en la ausencia de control, el ser llevada por sus instintos representados por un desbocado corcel hacia algo que seguramente le es desconocido. Saliendo de las tinieblas, no hacia algo concreto, pero sí hacia algo que claramente, tiene más luz que sombra.
Hoy, con los avances en neurociencias, podemos ver que Władysław Podkowiński no estaba equivocado con respecto al orgasmo: son dos fuerzas opuestas interactuando entre sí: nuestro sistema nervioso simpático, encargado de la excitación de nuestra fisiología, colaborando con nuestro sistema nervioso parasimpático que hace justamente lo contrario.
Quizás es que este óleo de grandes dimensiones ganó notoriedad debido a la gran controversia ocasionada en el público al ver a una mujer desnuda montando un caballo, o, quizás por el acto iconoclasta que sufrió más tarde por parte de su propio autor, quien intentó destruirla con un cuchillo. Fuera como fuese, esta obra ha llegado a nuestros días como una las creaciones más polémicas y profundas de analizar del autor.