Granero rojo
En plano rural.
Vivir en una ciudad no es muy inteligente. Es verdadero veneno para el alma. No entiendo cómo alguien puede habitar ahí a diario, y mucho menos criar así a sus hijos. ¿Qué ventajas tiene la ciudad? ¿Hay más escaparates? ¿Más ruido? ¿Encuentras trabajo con mayor facilidad? ¿Más gente? Si nos fijamos un poco, la mayoría de gente sobre ese hormigón son turistas, personas que han perdido su hogar y repartidores de comida rápida explotados.
Las ciudades están muy bien para visitar, aunque cierto es que cada vez son todas más iguales, van perdiendo su personalidad: exactamente las mismas tiendas de ropa donde antes había imponentes cines, franquicias de comida basura donde estaba el bar de la esquina y chiringuitos de asquerosa bisutería donde antes había tiendas de verdad.
Es en la urbe donde están los museos, las grandes catedrales, los grandes monumentos (por cierto, también cada vez más iguales, como idénticos parques de atracciones), y por ellos siempre es un placer volver a pisar la ciudad… unos días. Pero creo que en el fondo todos sabemos que vivir en la ciudad supone un evidente deterioro físico, mental y sobre todo espiritual que pasa factura.
Eso lo sabía muy bien Georgia O’Keeffe, que escapó de Nueva York tras un colapso nervioso y se fue al medio de la nada (es decir, al todo) en Nuevo México, donde volvió a ser feliz y a pintar. A ser ella misma.
O’Keeffe se había criado en una aldea de Wisconsin, en una granja lechera con graneros como el de la imagen y poco antes de volver a su hogar espiritual, antes del colapso, decidió pintar algunos cuadros como este sobre los paisajes de su infancia, sobre el mundo rural, sobre lo que para ella era la felicidad. Formas arquitectónicas que casi se convierten en abstractas como armoniosos campos geométricos de luz y color cálido.
Como O’Keeffe, HA! se gesta, se nutre y se llena de contenidos desde el rural. No soy Thoreau ni vivo en una cabaña de paja. Aquí también hay internet —evidentemente— y compro mierdas consumistas y poco ecológicas como el que más. Simplemente aquí se está de lujo. También hay hideputas, no vayáis a pensar, pero evidentemente menos. Y todo es más seguro, más sano, más amable, más humano, más barato y más cercano que en una horrible ciudad.
Y me da la impresión de que aquí se aprecia mucho mejor el arte.
Por supuesto, últimamente los que mandan quieren que abandonemos el rural. Lo boicotean, lo espolian, lo envenenan, lo destruyen. A lo mejor quieren que emigremos a sus colmenas para que trabajemos en su fábrica de nada. O quieren quedarse ellos con el paraíso
¡Que les den por el culo! Que se queden ellos el infierno de neones, hormigón meado, contaminación atmosférica y prisas para ir a ninguna parte en concreto.