Héctor y Andrómaca
Viudez prematura
Se entiende un no-te-vayas en Ettore e Andromaca (1917), de Giorgio de Chirico: es la desesperación de la mujer a punto de convertirse en viuda, contenida en un abrazo acusador del que se escapa un lamento estruendoso, como una campana que impacta contra el suelo. Ella sabe que su marido muy seguramente no va a regresar de la batalla, y la va a dejar con un hijo en brazos y con la piel fría. Él la sujeta contra sí, como en un gesto petitorio de piedad, de angustia, de un honor que tiene que salvar.
De Chirico aborda la teatralidad inherente a la escena desde varias perspectivas: el color es violento, visceral —nótese la selección de rojos y las tonalidades suaves de rosa—; la postura de los personajes, tan aferrados uno al otro, tan inmersos en el momento; las líneas, tan angulares, tan ágiles, tan agudas; el gesto: de agonía inminente —en cuerpo, en espíritu—, de inmediatez, de impotencia ante la desgracia. Héctor se entrega a la muerte en un acto de honor —¿o de orgullo? — y Andrómaca se resiste a dejarlo ir.
La yuxtaposición de las formas rígidas se contrapone al trazo más bien orgánico de los cuerpos, en representación a la fuerza ineludible de la voluntad del destino —de la que no pueden escapar, y que los sobrecoge— y a la finitud de la carne. Es un momento de recogimiento apasionado, de negación y de impotencia para ella, y para él, un último aliento sobre la piel de su mujer, que le moja los rizos con lágrimas saladas. No te vayas, le pide a su marido —pero Héctor ya se ha ido. Andrómaca ya es viuda.