Hitler masturbándose
Kunst macht frei.
«Lenin y Hitler me excitaban al máximo. Hitler más que Lenin, por supuesto. Su espalda regordeta, sobre todo cuando la veía aparecer en su uniforme con cinturón y su tahalí de cuero que apretaban sus carnes, suscitaba en mí un delicioso estremecimiento gustativo de origen bucal que me conducía a un éxtasis wagneriano. Soñaba a menudo con Hitler como si se tratara de una mujer. Su carne, que imaginaba blanquísima, me seducía. (…) Hitler encarnaba para mí la imagen perfecta del gran masoquista que desencadenaba una Guerra Mundial por el solo placer de perderla y de enterrarse bajo las ruinas de un imperio».
Nadie podría definir mejor al Führer que su gran admirador Salvador Dalí, fascinado más por la enorme figura de Hitler como icono pop que por sus ideas políticas (o quizás sólo buscando provocar). Estaba obsesionado por su categoría de monstruo, de supervillano, que el pintor consideraba el culmen de la sexualidad asociada a las figuras autoritarias.
Dalí y Hitler tenían además una cosa en común (además de sus pintorescos bigotes): su afición desbocada por la masturbación. Mientras el pintor de Cadaqués se aliviaba hasta cuatro veces por día— según él— delante de un espejo, se sabe (o más bien se rumorea a causa del secretismo con el que Adolf llevó siempre su vida sexual) que el dictador practicaba un fetichismo sexual de lo más bizarro que casi siempre practicaba en solitario. De la poca gente que pudo ver al tirano «en acción» (se conocen 6 mujeres), dos de ellas se suicidaron, otras dos lo intentaron y otra, Eva Braun, acabó también sin tapa de los sesos en el bunker de Adolf al final de la guerra… Las estadísticas son esclarecedoras.
No sabemos si Adolf lo hacía, pero Dalí por supuesto usaba la masturbación como fuente de inspiración. Gracias a ella pudo pintar innumerables cuadros inspirados en las imágenes que llegaban a su mente mientras «se tomaba la justicia por su mano», expoliadas directamente del subconsciente, de una sinrazón sin filtrar.
Dalí ya había pintado cuadros inspirados en la figura de Hitler, pero nunca llegó a un punto tan extremo y explícito como en este «Hitler masturbándose», en el que da rienda suelta a su delirante deseo sexual mostrando a un dictador masoquista y autodestructivo, avergonzado por lo que está haciendo. Apenas se ve su cara, pero destaca muy bien el brazalete con su esvástica. Sentado en un trineo tirado por cuatro ponis, está en un escenario frío y extraño, quizás algún país nórdico.
«A mí me fascinaban las caderas blandas y rollizas de Hitler, siempre tan bien enfajadas en su uniforme».