Hombre y mujer frente a un montón de excrementos
Miró huele la tormenta de mierda que va a ser la Guerra Civil española.
En 1934, España empezaba a ser un polvorín social cada vez más polarizado. Los surrealistas, grandes premonitorios, fueron los primeros en olerse que algo iba a ocurrir pronto, y entre ellos, el “niño” del grupo, Joan Miró que declaró:
Inconscientemente, vivía la atmósfera de malestar característica de cuando va a pasar algo grave. Como antes de llover: la cabeza pesada, mal en los huesos y una humedad asfixiante. Era un malestar más físico que moral. Presentía una catástrofe y no sabía qué: fueron las guerras civil española y mundial. Traté de representar este ambiente trágico que me torturaba y que sentía dentro de mí.
Joan Miró
Así, Miró cogió una placa de cobre y pintó sobre ella una pintura muy oscura, impropia de su estilo infantil y colorista. Representó a un hombre y una mujer (que se diferencian por sus genitales desmesurados) que parecen alargar los brazos para acercarse, sin llegar a tener contacto. Al fondo, una montaña de mierda parece un monumento en lo que al parecer es el Mont-roig del Camp.
Es un ejemplo de las “pinturas salvajes” de Miró, que dan un mal rollo palpable por su color intenso y ácido, y esa luz, inquietante y pesadillesca y pretenden ilustrar esa atmósfera previa a la tormenta que se vivía en Cataluña de mediados de los años 30.
El título de la obra proviene de unas palabras de Rembrandt que obsesionaron a Miró:
Es en un estercolero donde encuentro rubíes y esmeraldas.