La esperanza del condenado a muerte
El último muerto por garrote vil.
Salvador Puig Antich tenía 26 años, era activista y antifranquista. En septiembre de 1973 fue detenido y acusado de asesinar a un subinspector de la policía durante un tiroteo en el que se vio involucrado.
La sentencia del Consejo Supremo de Justicia Militar fue implacable: Condenado a pena de muerte por el método del garrote vil. Un método de ejecución que consistía en un collar de hierro, asido a un tornillo, con una bola en el extremo que era girado por un verdugo hasta provocar la dislocación del cuello del reo.
En la mayoría de los casos, la muerte no se producía de manera instantánea puesto que dependía de la fuerza física del verdugo, haciendo que la agonía del condenado fuese larga y tortuosa.
La condena generó un enorme movimiento de repulsa adquiriendo una relevancia sin precedentes: la Comisión Europea, altos mandatarios gubernamentales e incluso el Vaticano además de multitudinarias manifestaciones intentaron evitar la sentencia del joven. Pero finalmente, Salvador Puig fue ejecutado en la prisión provincial de Barcelona, a ella, no pudieron asistir ni sus tres hermanas, ni sus padres, ni su abogado.
Hasta el último momento Puig Antich conservó la esperanza de una conmutación de la pena.
El paso del tiempo confirmó que el caso de Puig no sólo era una aberración por lo inhumano del método escogido para ejecutarle, sino además porque se acumularon errores, contradicciones e incompetencias en el juicio. Diversas investigaciones sostienen que incluso se hicieron desaparecer pruebas clave y que el sumario fue alterado para inculpar a Puig.
El mismo día su ejecución, Joan Miró pintaba en su honor: La esperanza de un condenado a muerte.
Miró, cuyo lenguaje formal suele ser interpretado de manera ingenua y trivial, era un hombre antifranquista y comprometido con su tiempo, varias veces expresó su sentimiento ante la injusticia con las herramientas que tenía a su alcance: la pintura.
Tres círculos de una gran fuerza gestual se ven interrumpidos abruptamente, como la vida de Puig.
La atmósfera trágica de unas manchas que cambian de color, sobre un fondo lleno de salpicaduras y puntos como balas, era la representación que Miró hacia de la cruel ejecución del último condenado a la pena de muerte por garrote vil en España.