Jardín de ciruelos de Kamada
Fascinado a los impresionistas.
Algo que llama mucho la atención de las obras de Utagawa Hiroshige son las composiciones y los puntos de vista inusuales. Se considera que el autor es el último maestro del ukiyo-e precisamente porque es capaz de representar el típico paisaje que gustaba a las clases medias urbanas japonesas dándole, a menudo, un giro innovador.
Por ejemplo, en esta xilografía, Utagawa representa un parque de ciruelos en primavera: ¿Hay algo más emblemático y reproducido de Japón que esas flores blancas? Sin embargo, una enorme rama corta la escena en secciones, despertándonos las ganas de movernos en el espacio para ver mejor. El encuadre es fotográfico: fijaos en cómo el cartel de madera de la parte superior izquierda aparece casi por accidente.
El artista captura un instante efímero, como cuando paseamos y levantamos la mirada y vemos justo lo que hay delante, sin buscar la mejor posición para observar lo que nos rodea. Somos uno más de los paseantes que hay al fondo de la imagen: el individuo es algo poco importante en comparación con la fuerza de la naturaleza.
Esto fascinó a los impresionistas hasta el punto que Van Gogh reprodujo esta estampa al óleo. De ella admiraban la composición recortada con líneas diagonales, la sensación atmosférica y los grandes bloques de color con contornos marcados. Y es que, claro, cómo les iba a pasar desapercibido este amanecer de un rojo intenso que parece sacado de un sueño.
La obra forma parte de la serie Cien famosas vistas de Edo (1856 – 1858), donde representaba los lugares más emblemáticos de Tokio. El ciruelo en cuestión era una leyenda local: sus ramas entraban y salían del suelo, curvándose. Hasta sabemos su nombre propio: Ciruelo del Dragón Durmiente, 臥竜梅, y que sobrevivió hasta el 1910.