Jugadores de cartas
Asistimos a las trampas de unos tahures.
Dos tahures se la están jugando a un joven y el tipo no parece sospechar nada. Mira concentrado sus cartas y se cree que le va a ir bien. Tiene una buena mano. Pero sólo hay que fijarse en los tipos que lo rodean para darse cuenta de que esta no va a ser precisamente una mano ganadora.
Ya no es que uno de ellos mire directamente y sin ninguna discreción las cartas del estafado, y le comunique por señas a su compinche. Es que además el compinche (al menos con un poco más de disimulo) saca unas cartas de su cinturón para conseguir la jugada adecuada.
El mensaje es claro: la astucia de la maldad vence a menudo, ante la candidez e inocencia de quienes son buenos y nobles de corazón. Es decir, no debemos ser ingenuos, ya que hasta los más buenrollistas saben en el fondo que la gente es una hija de puta.
Caravaggio sabía muy bien todo esto. Tenía unos 23 años cuando pintó esta obra, y ahí fue cuando empezó su éxito rutilante. El cardenal Francesco Del Monte se convirtió en su mecenas y el joven artista que cambiaría la historia del arte pudo dedicarse a sus juergas sin fin, a sus peleas y probablemente a jugar a las cartas con personajes no muy distintos a estos que salen en el cuadro.