La caída de los ángeles rebeldes
Tótum revolútum de ángeles a hostia limpia.
Bruegel se acerca a su ídolo Hieronymus Bosch (El Bosco) en esta locura que mezcla violencia, religión, dinamismo y un viaje de LSD.
Un tótum revolútum de figuras humanoides —y no tanto— en plena batalla campal, que suponemos que es la batalla entre ángeles buenos y malos que se describe en el Apocalipsis (12, 7–9).
San Miguel era el general del bando pro-Dios y ahí lo vemos en el centro del cuadro, con armadura dorada y extendiendo sus alas, repartiendo hostias como panes a los seres monstruosos que le hacen frente.
El bando de los ángeles rebeldes, como sabéis, fue derrotado en esta batalla. Y el jefe de ellos condenado a vivir en la tierra donde por lo visto sigue haciendo de las suyas. Bruegel pinta a este ejército con las formas más monstruosas imaginables, híbridos que van desde peces a insectos, pasando por aves y anfibios, moluscos, plantas y minerales, y por supuesto humanos, con una mezcla de todos ellos. Todo tan psicotrópico como lo haría su ídolo H. Bosch.
El artista se centra más bien en la derrota del ejército de Lucifer, en la caída de estas criaturas que venían de ese remolino en el cielo y se están estampando contra la sucia y dura tierra. Todo pintado con el realismo que solo podría tener un sueño o una alucinación (o el Apocalipsis).
El colorido de este cuadro es además perfecto. Tierras y azules dominan el conjunto, y de repente Bruegel introduce acentos rojos, verdes, azules y blancos… Una forma genial de ordenar un poco ese caos.