La casa roja
Carrà abandona su convulsa etapa futurista y entra en calma.
A partir del verano de 1926 (y su estancia en Forte dei Marmi) Carlo Carrà comenzó a centrar su atención en los paisajes.
Años antes había sido un radical futurista italiano, esos que querían cargarse todo lo anterior y partir de cero. Pero ahora, un poco más maduro, curtido por la edad y la guerra, Carrà optó mejor por pintar sitios tranquilos y silenciosos… y un poco misteriosos.
Es el caso de su casa roja, obra abiertamente metafísica donde la arquitectura de volúmenes sólidos y quietos dista mucho del dinamismo de su arte anterior. Como toda obra de la pintura metafísca, este lienzo es casi como un sueño. Un sueño tranquilo, silencioso y que parece parado durante siglos, con una luz casi irreal.
En La casa roja vemos líneas severas, rectas que construyen esos volúmenes que generan un silencioso paisaje, aún así no carente de cierta inquietud. El artista aprovecha para colocar en la parte inferior un sencillo bodegón (un jarrón, un papel y un cubo) que dialoga volumétricamente con la arquitectura y quizás creado para delimitar la frontera entre el adentro y el afuera.
Estamos ante un espacio sencillo y plácidamente iluminado, lejano a los horrores de la guerra que debió vivir.