
La Cena de Emaús
Nadie se lo esperaba.
Según el Evangelio de Lucas (24: 30–31), Jesús, que estaba muerto, aparece resucitado ante algunos de sus apóstoles en la ciudad de Emaús. Está partiendo el pan de la cena, y cuando los apóstoles lo reconocen, se vuelve a ir. Ellos se quedan alucinados.
Era 1601 y Caravaggio ya introduce aquí elementos de ese nuevo y dramático estilo que él mismo estaba ayudando a crear, el barroco. Para empezar, ese fondo oscuro, que aunque no llega a las tinieblas de cuadros posteriores, ya cumple su función de hacer que nos centremos en lo que realmente importa.
Otra característica es el increíble naturalismo. Hasta vemos la ropa vieja y rota de uno de los discípulos. El bodegón que hay sobre la mesa también es de un realismo atroz, con sus manchas en la fruta y la cesta medio rota. Realismo y simbolismo, porque seguro que algo significa todo eso, sobre todo colocar esa cesta a punto de caerse de la mesa. Quizás solo sea un truco para meternos en la escena.
Otra cosa típica del barroco: el dinamismo. En su sorpresa, los discípulos hacen dramáticos aspavientos como sobreactuados italianos. Santiago a la derecha (lo sabemos por la concha de vieira) y Cleofás a la izquierda, no se creen lo que ven y lo dejan bien claro en sus poses y sus gestos. Por cierto, son figuras a tamaño real, por lo que el realismo es mayor: casi es como si viéramos la escena por una ventana.
Caravaggio opta por mostrar a Cristo sin barba. Como es habitual en este pintor, seguro que recogió de la calle a modelos reales, algo que causaría gran polémica en la época. ¡Esa no era forma de tratar los temas religiosos! Aunque en unos años, esa será la moda.
Caravaggio