La coronación de Napoleón
El tipo era casi una divinidad.
Al principio, Jacques-Louis David destacó por realizar una pintura que se caracterizaba por la exaltación y la épica de la práctica revolucionaria en la Francia de los últimos años del antiguo régimen.
Cuando la cabeza de Robespierre cae bajo la guillotina, J. L. David es encarcelado, permaneciendo en prisión durante varios meses. Con la llegada de Napoleón Bonaparte al poder, el pintor recuperó en buena parte su posición social y artística y su taller se hace famoso en toda Europa.
Fue éste el momento, en que el emperador le encargó a David La Coronación. Un cuadro de colosales proporciones en el que aparecen más de cien figuras con un despliegue de distinción, suntuosidad y detallismo. El lienzo, representa la capacidad y el poderío del nuevo monarca, que ya no es descendiente de nobles o reyes, Napoleón es el monarca ilustrado. El cuadro es tan gigantesco que más tarde el mismo Bonaparte diría de la obra: Esto no es pintura: ¡se puede pasear por este cuadro!.
Lo que se le ocurre a Jacques-Louis David es la monumental idea de insertar a Napoleón Bonaparte en un sistema de símbolos visuales muy minucioso, utilizando objetos como el laurel y otros elementos de reminiscencia clásica que buscan referenciar un pasado esplendoroso para equipararlo al nuevo gobierno. El artista mantiene la configuración de una jerarquía social, al tiempo que sugiere que los plebeyos también pueden aspirar a ocupar el vértice de la pirámide. La estrategia es que al mismo tiempo, el pintor deja claro qué clase de plebeyos podrían acceder a esta efímera posibilidad: una clase de plebeyos súbditos, sujetos a la autoridad y que acaten la jerarquía y el orden; una maniobra que más tarde Foucault analizó como uno de los mejores sistemas de control del Estado Moderno. El lienzo, nos muestra una promesa de libertad e igualdad de oportunidades dentro de una sociedad ordenada, jerárquica y disciplinada, que se refleja en el tramposo texto de su épica y monumentalidad.
Resultaba contradictorio que el mismo pintor que exaltaba con su obra las consignas de la Revolución se pusiera al servicio de un nuevo monarca. Jacques-Louis David sustituye el entusiasmo y la energía del cambio social por un ritual formalista y el peso de una autoridad, que para algunos, estaba empezando a resultar opresiva.
A menudo se le reprochó a David el hecho de que tomara partido por Napoleón con el mismo ahínco que había mostrado por la Revolución, glorificando al tirano que plagó Europa de guerras, aunque no fue ni mucho menos el único pintor que lo hizo. Con esta obra J. L. David nos daba una idea de cómo es que, al final, la historia la cuentan los vencedores.