Napoleón cruzando los Alpes
Poco clásico retrato del militar.
Quintaesencia del arte propagandístico, que como sabemos siempre mejora un poco la realidad. En realidad, Napoleón Bonarparte cruzó las montañas montado sobre una mula pero le pidió a David que lo representara tranquilo, montado sobre un fogoso caballo
(Calme sur un cheval fougueux) y el neoclásico así lo hizo, por supuesto sin rechistar.
En un principio David le pidió a Napoléon que posara para él, pero Bonaparte se negó rotundamente:
—¿Posar? ¿Para qué? ¿Cree que los grandes hombres de la Antigüedad de quien nosotros tenemos imágenes posaron?
—Pero Ciudadano Primer Cónsul, le pinto para su siglo, para los hombres que le han visto, que le conocen, ellos querrán encontrar una semejanza.
—¿Semejanza? No es la exactitud de los rasgos, una verruga en la nariz lo que da la semejanza. Es el carácter el que dicta lo que debe pintarse… Nadie sabe si los retratos de los grandes hombres se les parece, basta que sus genios vivan allí.
David tuvo que conformarse con un busto de Napoleón y un uniforme que le prestaron, con el característico bicornio del gobernante.
Poco a poco fue construyendo la escena como si fuera un personaje legendario, un nuevo Aníbal o Carlomagno, nombres que de hecho aparecen inscritos en las rocas. Se ve que el militar ya tenía ambiciones.
Todo tiene un aspecto dinámico (incluso el clima) y Napoleón nos mira levantando su mano para que le sigamos en sus conquistas. Su cara es serena y seria, demostrando que podía ser un gran gobernante.
El caballo por el contrario no es tan sereno. Esos ojos enrojecidos lo dicen todo. Quizás era la presión de tener encima a alguien con un fuerte complejo de Napoleón, que consiste en el mal humor que tienen algunos señores bajitos pero con fuerte personalidad.
Aunque —cosas de la propaganda— Bonaparte no era al parecer tan bajito, lo que pasa es que tenía esa fama por rodearse siempre de los soldados más fornidos.