La destrucción del padre
Matar al padre.
Si existe algún motor en la prolongada carrera de Louise Bourgeois (1911–2010) es la angustia. El dolor, la cólera, el miedo o la inseguridad son emociones que la artista francesa va cargando en su mochila vital para después volcar en su original creación escultórica.
Hacia la segunda mitad de los años setenta Bourgeois comienza a dotar de una nueva dimensión a su escultura, desarrollando sus primeras instalaciones. Esta etapa coincide con un doloroso periodo de duelo tras la reciente muerte de su marido, momento en que a la ya veterana escultora le surge la imperante necesidad de enfrentarse a un pasado que desde niña la había perseguido. Así, en The destruction of the father (1974), Bourgeois revisita un episodio de su infancia, cuando ella y sus hermanos vivían en el domicilio familiar con su madre, su padre y Sadie, la institutriz inglesa que les enseñaba su lengua materna. Louise, que sentía un gran afecto por su tutora, se sintió profundamente traicionada cuando descubrió que Sadie era, en realidad, la amante de su padre. Esta situación, que se mantuvo durante diez años, hizo crecer la ira y los celos en el interior de la niña que años más tarde identificaría la idea de aniquilar al progenitor como la principal pulsión que habría motivado su práctica artística de sus inicios.
Por fortuna para ella, Bourgeois descubrió la capacidad terapéutica del arte bien temprano. A la edad de ocho años, tras una discusión con su padre, realizó su primera escultura en miga de pan. A continuación comenzó a descuartizar esa pequeña figura que representaba a su padre, para después comerse los miembros amputados uno a uno. Cinco décadas después Bourgeois regresa a la escena del crimen para satisfacer de nuevo su fantasía parricida.
El proceso es el siguiente: un desagradable recuerdo de la niñez de la artista pasa del terreno de la memoria al de la imaginación, donde se abandona a los más desinhibidos antojos del subconsciente. ¿El resultado? Una visión en la que la joven Louise y sus hermanos, sentados a la mesa, desmiembran y devoran a su padre en un cruento acto de canibalismo, como respuesta primitiva al inmenso sufrimiento causado. Pero Bourgeois, para liberarse totalmente de este trauma infantil, para evitar sentirse consumida por la incapacidad de perdonar, necesita ir todavía más allá de lo imaginario, trasladando su ansia de venganza a una dimensión concreta que sí es capaz de manejar: el arte, su escultura. The destruction of the father, acompañada del subtítulo The evening meal, no es otra cosa que la materialización de esta brutal ensoñación.
El espectador ha de enfrentarse frontalmente a una construcción tipo escenario, una especie de cueva oscura, bañada al mismo tiempo por una intensa luz rojo sangre. Una mesa ocupa el centro del espacio, colmado en su totalidad por las características protuberancias en la obra de Bourgeois, que con su aparente blandura recuerdan partes del cuerpo humano, órganos, vísceras, senos, nalgas, vientres…
Para Bourgeois, por tanto, el objetivo de esta pieza, más que su configuración final, residía en la liberación de un deseo visceral que nunca podría llegar a satisfacer en la realidad: Con The destruction of the father, el recuerdo que evocaba era tan poderoso, y tan duro el trabajo de proyectarlo hacia fuera, que [… ] sentía como si efectivamente hubiese sucedido. Realmente me transformó
[1].