La ejecución de Lady Jane Grey
La reina de los nueve días.
Por ese sobrenombre se conoce popularmente a lady Jane Grey (1537–1554) que, efectivamente, fue reina de Inglaterra durante tan solo nueve días, entre el 10 y el 19 de julio de 1553. La suya es una más de las cientos de historias trágicas y truculentas que pueblan la Historia inglesa.
Al morir Enrique VIII en 1547 lo sucedió en el trono de Inglaterra su único hijo varón superviviente, Eduardo VI. Aunque el nuevo rey moriría sin hijos poco tiempo después, con apenas quince años, tuvo tiempo suficiente para nombrar heredera a una prima lejana, Jane Grey. El problema surge cuando, eligiéndola a ella, Eduardo VI pasó por alto los derechos sucesorios de su propia hermana, María, que de hecho era la primogénita de Enrique VIII. Esto pudo deberse al deseo del rey de que la Corona inglesa se mantuviera fiel a la —recién nacida— fe anglicana, dado que María era una ferviente católica. Tras morir Eduardo, Lady Jane aceptó la sucesión —aparentemente con cierta reticencia— y subió al trono de Inglaterra.
La joven no contaba, sin embargo, con la tremenda popularidad de María entre los súbditos ingleses, que protestaron abiertamente contra la nueva reina. En cuestión de pocos días tras su proclamación, Jane Grey fue despojada de la Corona —que pasó a manos de María—, acusada de «usurpar» el trono y encerrada en la Torre de Londres. Su ejecución se decidió para febrero de 1554. Se cuenta, y así lo recoge Delaroche en su pintura, que se le vendaron los ojos e, incapaz de encontrar el bloque sobre el que debía apoyar la cabeza, tuvo que pedir ayuda al teniente de la Torre. Es justo este momento cargado de patetismo el que nos muestra el artista en su obra. La joven Lady Jane va vestida con un corpiño y enaguas blanquísimas que Delaroche pinta con todo lujo de detalles, recreándose en los pliegues y haciendo que la falda brille tanto que genera un foco de luz tan potente que nos parece de satén.
Su pelo largo cae suelto, con unas trenzas desechas, despeinado, y una venda cubre sus ojos. Extiende los brazos y trata de tantear el bloque con esas manos tan blancas y delicadas, el artista capta a la perfección el momento de vacilación de esta pobre muchacha. Se dice que, presa del pánico, gritó: ¿Dónde está? ¿Qué debo hacer?,
hasta que el por entonces teniente de la Torre, Sir John Brydges, la guió incluso con dulzura y delicadeza hasta el bloque y su destino fatal.
A la derecha vemos al verdugo, con el hacha en una mano, el rostro cabizbajo y expresión ceñuda, parece compadecerse de Lady Jane. Incluso le pidió perdón a la condenada por lo que debía llevar a cabo, y ella se lo concedió.
A la izquierda sitúa a dos damas de compañía de la joven, y el dolor por lo que está a punto de acontecer es palpable. Una de ellas ha caído al suelo y parece a punto de desfallecer, la otra está de espaldas, con los brazos en alto y su rostro cubierto, no quiere presenciar el horror de la escena.
Delaroche se documentó muy bien históricamente para su pintura (debemos tener en cuenta que este acontecimiento se produjo unos 300 años antes de su época), e incluso viajó a Londres para conocer mejor el escenario. Refleja algunas de las debilidades del artista: la historia inglesa, la teatralidad y personajes que acaban siendo víctimas, o los momentos más vulnerables de estos (por ejemplo pintó varias obras de Napoleón en sus horas bajas).
Se toma una licencia artística, tal vez para dar más dramatismo a la composición, y esta es representar la escena en el interior de la torre y no al aire libre, como era habitual.