Paul Delaroche
Francia, 1797–1859
Junto a otros artistas como Géricault y Delacroix, Delaroche fue uno de los mejores y más conocidos pintores de historia franceses.
Tras romper con el academicismo y abandonar la École des Beaux-Arts en 1817, se formó en el taller de Antoine-Jean Gros, discípulo del gran David. Casi más historiador que pintor, le importaba más la lectura histórica de sus pinturas que el análisis artístico que de ellas pudiera hacerse. Entre algunos de sus temas favoritos sobresalen la historia inglesa y francesa, representando con todo lujo de detalles (se sabe que estaba muy interesado en captar fielmente los ambientes y el vestuario) personajes de una amplísima gama de épocas, desde los Padres Fundadores de la Iglesia hasta Napoleón, pasando por Juana de Arco, el cardenal Richelieu y María Antonieta.
Fue elegido miembro de la Académie des Beaux-Arts en 1832, y un año después, empezó su carrera como profesor en la École, de la que había desertado quince años antes. Fue maestro de otros grandes artistas, como Couture, Gérôme y Millet.
Es tristemente famoso por pronunciar la frase desde hoy la pintura está muerta,
tras contemplar un daguerrotipo por primera vez, si bien cabe mencionar que es bastante probable que la desafortunada cita sea apócrifa.
Siempre un hábil narrador, sus pinturas gozan de una teatralidad, dramatismo y atractivo visual sin comparación. Bien es cierto que, en alguna que otra ocasión, se dejaba llevar por el drama para incurrir en errores o imprecisiones históricas.
La gran obra de su vida fue el mural del Hemiciclo de la École, que terminó entre 1837 y 1841 y que fue parcialmente destruido por un incendio en 1855. Delaroche pasó el último año de su vida trabajando en la restauración del mural, lo que no llegó a lograr. Su trabajo sería terminado por uno de sus pupilos, Joseph-Nicolas Robert-Fleury.